viernes, 28 de enero de 2011

Había una vez un lugar llamado Oyambre...



HABÍA UNA VEZ UN LUGAR LLAMADO OYAMBRE...


     Había una vez un lugar llamado Oyambre que conservaba desde antiguo el carácter auténtico de un espacio natural. Era un espacio abierto de amplios horizontes cuya contemplación impregnaba nuestro espíritu de una huella imborrable: la intemperie marina en toda su grandeza...


     A merced de la mareas, de los vientos, de las olas, de las nubes, de las estaciones, Oyambre nos esperaba siempre, nos acogía con su singular estado de ánimo y con un amistoso abrazo de bienvenida nos invitaba a disfrutar durante unos instantes de su encantadora compañía, la Naturaleza en estado puro...


     La mirada se perdía en la lejanía sin nada que la turbase... Escapaba libre hacia la bondad de sus formas nítidas y la distancia te devolvía un mundo natural pleno de paz y armonía; Oyambre nos mostraba la majestuosidad de los grandes horizontes: bajo la amplia bóveda celeste, de los Picos de Europa descendía un haz sutil de líneas puras que se sometían, humildes, a la tensión y el tumulto de las olas...


     Pero no sólo era el mirar gratificante; también cerrar los ojos y dejarse sedar por el mágico y constante derrumbe de las aguas... Oyambre nos concedía por unos momentos el privilegio de los paraísos perdidos: el solitario goce de una Naturaleza sin sucedáneos, sentirnos más nosostros que de costumbre, sin la proximidad de las cosas vulgares...


     No simple y feliz conjunción de aire y luz. Junto a los pies, juncos, y junto a los juncos, la duna desplegaba su ondulante verdor preñada de mil primaveras. Más allá, en continua y suave ascensión, las praderías dibujaban un hermosísimo panel medialuna. Oyambre poseía hechuras de grandeza y es este equilibrio entre lo natural y su ininterrumpido dominio espacial el que debía conservar en toda su pureza...

   Aún guardo en mi retina infantil y adolescente la huella de aquel Oyambre abierto, íntegro, salvaje en cuyo seno pasé momentos muy felices: aprendí a contemplar y admirar desde la duna, su corazón de arena, el latido constante y subyugador de aquella intemperie marina que reinaba constantemente en todos sus elementos, rías, montes, bosques, praderías, acantilados, playas, dunas... Era el Oyambre de siempre, el que hubiese querido para las generaciones actuales y venideras.





     Oyambre sufre hoy una degradación y una destrucción brutal y despiadada de sus valores paisajísticos y medioambientales: Construcción de una ancha carretera asfaltada que discurre paralela a la playa y a la costa, "como corresponde a un verdadero Parque Natural"; construcción de una"magnífica" rotonda al borde del agua con nueva e improvisada variante sobre la duna y el dormidero de miles de aves; campings y chiringuitos junto a las olas, y qué me dicen de esa valla siniestra a pie de playa, que rodea la duna y la secuestra, y de esas casitas "colgadas" sobre la playa y la ría...




     Maravillosos elementos todos ellos dignos de un Parque Natural protegido por una Ley... Creo que muy pronto aparecerán cartelitos con la leyenda "Oyambre, se vende".




     Sí, realmente POdemos sentiRNos muy "satisfechos"de la transformación y sin embargo no nos quedará más remedio que continuar lamentándonos: "Había una vez un lugar llamado Oyambre..."

                                    
                     Y una valla siniestra
a pie de playa
                         la duna secuestra...