lunes, 29 de agosto de 2016

¡Bolao en el corazón! (Poema para Olmo y Leo)



¡BOLAO EN EL CORAZÓN!
(POEMA PARA OLMO Y LEO)

María no salía casi nunca de su pequeña aldea
salvo cuando tenía que llevar maíz al molino.
Bolao era para ella el horizonte azul
el acantilado mágico donde las aguas se convertían en música
y en espuma.


Aquella muchacha de ojos grandes y hermosas trenzas
montaba en una mula torda que era casi ciega
pero que se sabía el camino de memoria
y que con su lenta y larga zancada
y sendos sacos de maíz en los cuévanos
era capaz de salir del valle y remontarla hasta la costa
donde se encallaba el molino junto a una deliciosa cascada.



Solo cuando el sendero bordeaba el cementerio
sentía un escalofrío, se santiguaba y arreaba la mula
para pasar lo más rápido posible sin mirar atrás.


Por lo demás, las caminatas en otoño discurrían
sobre alfombras doradas
y mañanas azules atravesadas de sur.
Las altas torres de Cóbreces anunciaban la cercanía de Bolao
y aunque la mula torda no las veía,
María sentía que aligeraba su paso.


En Bolao María no se preocupaba por nada;
el molinero descargaba los sacos de maíz
y la despedía hasta el próximo día 
en que debía volver a recoger la harina.


Pero María nunca se iba sin contemplar largo rato
los impresionantes acantilados,
la inmensidad del horizonte que rodaba sin cesar hasta la orilla
y las aguas bulliciosas y saltarinas de aquella mágica cascada.



Mientras, la mula torda pacía en las brañas
a la espera de que María grabara una vez más en su corazón
aquella música que todo lo envolvía y que tanto amaba...


¡Cuántas veces, con los ojos encendidos,
me contó aquel recuerdo que guardaba como un tesoro:
¡Bolao en el corazón!


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