lunes, 2 de noviembre de 2015

Es el caso de una simple panoja.



ES EL CASO DE UNA SIMPLE PANOJA


    A veces, una imagen puede despertar en ti -en mí- felices recuerdos de la infancia. Es el caso de una simple panoja.



    Recuerdo que íbamos a coger panojas, pero íbamos todos, toda la familia y si podía sumarse alguno más, mejor, algún vecino, algunos amiguitos. Era una tarea festiva...

    Las panojas esperaban sonrientes colgando de los maizones perfectamente podados.

    Porque antes de coger las panojas el proceso era largo, preparar la tierra, sembrar, ralar y cuando la planta estaba crecida se podaba, se hacían yezas con sus hojas verdes que eran la delicia de las vacas y cuando las panojas estaban secas y el tiempo apropiado, ¡íbamos a coger panojas!



    Arrancábamos las panojas del maizón y las echábamos al cesto de avellano; los mayores cargaban el cesto sobre los hombros y las volcaban en el carro.

    Para nosotros era como un juego, algún panojazo que otro entre bromas y risas, pero lo mejor estaba por llegar...

    Aquel impresionante montón de panojas secas que se había formado en la socarrena de la casa ¡había que deshojarlo! Tirabas hacia atrás de las hojas hasta que la panoja aparecía toda roja con sus apretadas hileras de granos de maíz. Cada panoja era como un pequeño tesoro que iba a parar otra vez al cesto de avellano y finalmente al desván o a algún otro lugar de la casa, para ir desgranándolas poco a poco en las largas noches de invierno.



    Durante la deshoja, nuestros mayores siempre tenían historias que contar, por ejemplo, cuando iban con el mulo a moler el maíz al molino, o maravillosos cuentos viejos perdidos en la memoria de los tiempos, desgracias de guerra y de posguerra, leyendas de hazañas imposibles, anécdotas de irrepetibles personajes del pueblo, de familiares indianos desconocidos para nosotros, o canciones populares, algunas picantonas, que causaban la hilaridad general... que los niños escuchábamos con el corazón mientras nos escondíamos en la montaña de hojas...

    Lo mismo que aquellas noches desgranando el maíz al amor de la chimenea en las que nuestras abuelas, nuestras madres y tías, impregnaban la casa de su nítida voz, de su dulce presencia, mientras el pan de borona se caldeaba entre brasas envuelto en hojas de castaño...

    A veces, una imagen puede despertar en mí -en ti- felices recuerdos de infancia. Es el caso de una simple panoja...


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