lunes, 15 de febrero de 2010



DON AMABLE

Atravesando verdes vas y vienes
con aires de risueña primavera
-dulce don que sin duda Dios te diera-
y ese sosiego siempre que tú tienes.

Atravesando verdes te entretienes
-niño, pájaro o flor- a tu manera.
¡Oh clara sencillez, quietud ligera,
eminente perito en parabienes!

Seducción infantil mientras apuras
el último rincón en las hechuras
de tu negra sotana interminable.

Con amoroso afán nos edificas
elocuente y sutil cuando predicas,
don amable del alma, don Amable.


    Perdónanos, don Amable, el atrevimiento de expresarte torpemente por medio de estos versos -si se pueden llamar así- el cariño y la admiración que desde que éramos niños nos  has inspirado.
   No es fácil hacerte un retrato -imperfecto, por supuesto- en los reducidos límites de lo que pretende ser un soneto. Son muchos los rasgos que se quedan fuera.


  
   Pero en el fondo quisiéramos expresarte esta claro sentimiento: ¿qué hubiera sido de nosotros, niños y niñas de entonces y de ahora, si no hubiésemos tenido la constante amablilidad, alabanza, generosidad, sencillez y profunda fe que tu apacible y noble presencia, durante tantos años, nos ha ido reflejando?

   ¡Qué gran vacío existiría en nuestros corazones!

  Por todo ello, y porque en un mundo como el de hoy eres ejemplo de extraordinarios valores y virtudes, quisiéramos, si nos lo permites, rendirte este insignificante homenaje, que nace, sincero, desde lo más hondo de nuestro sentir.
   Con cariño,
   Ruiloba, 2 de noviembre de 1992.

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