DON AMABLE
Atravesando verdes vas y vienes
con aires de risueña primavera
-dulce don que sin duda Dios te diera-
y ese sosiego siempre que tú tienes.
Atravesando verdes te entretienes
-niño, pájaro o flor- a tu manera.
¡Oh clara sencillez, quietud ligera,
eminente perito en parabienes!
Seducción infantil mientras apuras
el último rincón en las hechuras
de tu negra sotana interminable.
Con amoroso afán nos edificas
elocuente y sutil cuando predicas,
don amable del alma, don Amable.
Perdónanos, don Amable, el atrevimiento de expresarte torpemente por medio de estos versos -si se pueden llamar así- el cariño y la admiración que desde que éramos niños nos has inspirado.
No es fácil hacerte un retrato -imperfecto, por supuesto- en los reducidos límites de lo que pretende ser un soneto. Son muchos los rasgos que se quedan fuera.
Pero en el fondo quisiéramos expresarte esta claro sentimiento: ¿qué hubiera sido de nosotros, niños y niñas de entonces y de ahora, si no hubiésemos tenido la constante amablilidad, alabanza, generosidad, sencillez y profunda fe que tu apacible y noble presencia, durante tantos años, nos ha ido reflejando?
¡Qué gran vacío existiría en nuestros corazones!
Por todo ello, y porque en un mundo como el de hoy eres ejemplo de extraordinarios valores y virtudes, quisiéramos, si nos lo permites, rendirte este insignificante homenaje, que nace, sincero, desde lo más hondo de nuestro sentir.
Con cariño,
Ruiloba, 2 de noviembre de 1992.
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