viernes, 23 de agosto de 2013

Ruiloba, desde el Selmo...



RUILOBA, DESDE EL SELMO...


     Me despierto con el sol y subo hasta el Selmo... Todo luce como nuevo a primeras horas de la mañana: El rojo de los tejados entre las diferentes tonalidades del verde dominante; el azul del mar hoy casi diluido con el celeste brumoso; aún no se percibe en la lejanía el ruido del tránsito de vehículos típico de estas fechas veraniegas, ni siquiera el rumor de un mar profundamente dormido... Desde el Selmo, soledad y silencio...




     Las torres blanquecinas de la iglesia descuellan entre el apiñado caserío, débilmente iluminadas por el sol; la ermita del Remedio, arropada por cipreses centenarios de los vientos del oeste; el convento de San José asentado junto al entrañable y familiar "monte de las monjas"... Desde el Selmo te contemplo, Ruiloba, desde su soledad, desde su silencio... Mariposas amarillas revolotean a mi alrededor...

     Escucho varias campanadas en la distancia, tumbado sobre el césped recién pacido, a la sombra de este hermoso y solitario fresno... Te muestras como siempre, bellísima, Ruiloba, tendida en el verde regazo del valle, entre las suaves lomas de la Marina, enmarcada por el horizonte azul del Cantábrico...

     A solas con el silencio. No hay mejor lugar para encontrarse a uno mismo. Aquí nací, aquí nacieron nuestros antepasados, sientes el latido de la emoción, del nuevo eslabón que se suma a la cadena de la vida, estás en casa, entre los tuyos, eres feliz... Desde esta altura, cada hogar, cada rincón, cada una de las infinitas historias te resulta familiar, compartida, querida...





     Desde el Selmo, soledad, silencio, mariposas amarillas...

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