martes, 10 de septiembre de 2013

Ruiloba: Don Camilo, mi primer maestro.



RUILOBA: DON CAMILO, MI PRIMER MAESTRO



     Todos tenemos, entre los recuerdos de nuestra infancia, la figura clara de una maestra o un maestro que ejerció sobre nosotros, por diferentes razones, su especial influencia benefactora.

     Don Camilo fue mi primer maestro. A los seis años, cuando comenzábamos a ir a la escuela por aquel entonces, se me quedó grabada para siempre la imagen precisa y preciosa de don Camilo.




     Recuerdo con emoción que yo quería mucho a aquel maestro, a don Camilo.


     A pesar de que don Camilo era una persona seria y de que en la escuela del Barrio de la Iglesia, en Ruiloba, éramos numerosos niños de todas las edades, yo esperaba con ansiedad el momento en que me tocara leer en su mesa, o cuando él pasara por los pupitres y se detuviera en el mío para comprobar el cuaderno. En sus correcciones siempre había una palabra de aliento.

     Notaba que seguía mi lectura con atención, que me corregía con interés y con un tono de voz que me transmitía estímulo, dedicación, cariño... Esa sensación de respeto y al mismo tiempo de confianza y cariño, yo creo que la compartíamos todos los alumnos, desde el más pequeño hasta el mayor.

     Recuerdo a don Camilo como una persona joven, siempre vestido de traje y corbata, tras su mesa de profesor, sobre la tarima, trabajando con expresión seria, al mismo tiempo que controlaba la clase con su atenta mirada... Y recuerdo que en aquella clase, en la que estábamos todos mezclados, mayores y pequeños, no se notaba desorden ni griterío, más bien trabajo y tranquilidad.






     También recuerdo con claridad que jamás vi a don Camilo pegar ni gritar a nadie. Sí recuerdo que hablaba bastante con cada uno, con expresión seria.

     Yo recuerdo que con seis años estaba tan estimulado y contento que cuando salía de la escuela iba corriendo a mi casa, que estaba cerca, voceando a mi madre desde la calle: -¡Mamá, me ha pasado, me ha pasado de página..!

     Pero fue tan solo un curso el que pude disfrutar de don Camilo. Recuerdo que sentía tanto cariño y admiración por él, que con seis años ya tenía muy claro que yo quería ser de mayor, como don Camilo, maestro. Me transmitió la vocación por la enseñanza y toda la vida he tenido con él una deuda de gratitud...

     Pero la imagen más clara de don Camilo, que guardo imborrable en el recuerdo, es el día en que, a fin de curso, debía despedirse de sus alumnos porque ya no volvería, se iba destinado a Galicia, su tierra natal. Don Camilo, sentado en su sillón, después de hablarnos y mirarnos a todos detenidamente, apoyó los codos sobre la mesa, inclinó la cabeza sobre sus manos y en silencio se puso a llorar ante nosotros, que le observábamos callados, sentados en los pupitres... Y sentimos con él el dolor de la separación...




     Recuerdo con emoción que yo quería mucho a don Camilo, pero luego supe que con aquel sollozo de maestro nos daba a entender cuánto nos quería él también a nosotros, a todos y cada uno... Y siempre he guardado su imagen preciosa y precisa...

     ¡Gracias, don Camilo, de corazón..! Y por extensión, gracias a todas las maestras y maestros, cuya incansable labor en la escuela, paciente y tenaz, abrió nuestros ojos a las palabras, donde se contienen todas las cosas, y también al mundo, enseñándonos a ejercer noblemente nuestra incipiente ciudadanía...


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2 comentarios:

  1. Què emocionante relato... Es cierto, la figura del/la docente siempre nos marca. Unas veces para mal y otras veces, afortunadamente, para bien. Tal y como transmites. No dejan de ser personas con las que pasamos muchas horas al día durante una época de nuestras vidas. ¡Qué importante y bella profesión!
    Mientras leía el relato no dejaba de pensar en esto que repetimos tanto últimamente: ¡Escuela pública, de tod@s y para tod@s!

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    1. ¡Oh, sí, la Escuela Pública, de tod@s y para tod@s, constituye un patrimonio inviolable, irrenunciable... ¡Gracias por tu comentario..!

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