jueves, 22 de julio de 2010


COMILLAS, RÉQUIEM POR SOLATORRE


     Curva a curva el viajero, procedente de San Vicente de la Barquera, va bordeando la amenazada belleza de Oyambre hasta dejar atrás el puente ciego que secciona y enfanga la Ría de la Rabia. Por fin, la carretera se endereza a lo largo de algo más de un kilómetro flanqueada por dos hileras de grandes árboles de edad que se cierran en una bóveda vegetal muy elevada. El viajero se encuentra en el monumental Paseo de Solatorre que conduce directamente al centro de Comillas.


     Cuentan que, antiguamente, descendiendo por esta carretera desde el alto de Rubárcena entre mieses y prados recién segados, se divisaba al fondo del pequeño valle, junto al cruce de caminos, la silueta erguida de un hermoso y solitario torreón. Hoy el viajero, tras el telón de plátanos y chopos centenarios, sólo podrá apreciar en dichos campos una saturación de recientes edificaciones adosadas de dudoso gusto.

     El viajero, que va de paso, con toda seguridad se sentirá deslumbrado y seducido por el intenso resplandor vegetal que inunda la carretera y se verá obligado a reducir la velocidad de su coche. Observará entonces con admiración cómo la avenida se dilata  y ahonda bajo la elevada bóveda vegetal sostenida por multitud de columnas salomónicas de voluminoso fuste. Un cielo azul y un sol radiante se cuelan por las caprichosas vidrieras de esta inopinada catedral.


     Tal vez el viajero se detenga impresionado por la estatura de alguno de estos colosales plátanos dignos de figurar con todos los honores en el catálogo de árboles monumentales de Cantabria. Y si bajo su gratificante sombra se aproxima a ellos, podrá comprobar con fascinación la excepcional robustez y diámetro de sus troncos así como el elevadísimo universo vegetal de su follaje irisado por la luz y el aire.

  
      Advertirá también con indignación cómo algunos ya han sido talados, otros brutalmente podados y cómo otros presentan grandes cicatrices en sus troncos causadas por el fuego con que son quemados con su propia hojarasca en una práctica salvaje, posiblemente con la intención de que se pudran y un fuerte viento los derribe.

     El viajero no sabe, porque va de paso, que Solatorre tiene las horas contadas. Un disparatado proyecto de ampliación de carretera destrozará sin más consideraciones este particularmente valioso, bello y frágil paseo monumental. Si lo supiera, sentiría inevitablemente estupor e incredulidad y pensaría que en los umbrales del siglo XXI ya no es posible cometer semejante atrocidad, cuando en Europa y en gran parte del mundo se ha izado muy en serio la bandera de la conservación del árbol, el representante más expresivo para el hombre de hoy de la Naturaleza viva.

     El viajero también ignora que aún no se ha erigido una placa conmemorativa que recuerde la histórica visita en 1990 de S.M. La Reina de España, que rubricó expresamente con su presencia soberana la protección y conservación del Parque Natural de Oyambre, del que el Paseo de Solatorre constituye un pórtico de entrada natural ideal, suavizando velocidad en los vehículos e indicando al visitante la presencia del parque y de su primoroso paisaje.

     Si conociera la inminente amenaza de su destrucción, este amable viajero intentaría sin duda evitar semejante insensatez y gritaría con todas sus fuerzas ante la impasibilidad y complicidad general que Solatorre puede y debe salvarse. Trataría de explicar que una de las características que confieren mayor belleza a los árboles ornamentales y la que les da mayor nobleza es su longevidad y que si se destruye este magnífico paseo arbolado que forma parte del patrimonio de todos los ciudadanos, sólo se conseguirá despersonalizar el paisaje, asolarlo y convertirlo en vulgar e insignificante.

     Repetiría una y mil veces que las consecuencias inmediatas de una carretera excesiva para el Parque serían únicamente la elevación de la velocidad y el aumento de la presión sobre su privilegiado paisaje de la especulación inmobiliaria, en contra de lo que , en su exposición de motivos, recoge la letra y el espíritu de la Ley 4/1988 por la que se declara a Oyambre Parque Natural. Y que, con actuaciones puntuales apropiadas y respetuosas con el entorno en la carretera actual, sería más que suficiente para su densidad de circulación, sin devaluar las excepcionales condiciones naturales del lugar.

     Nuestro querido viajero tal vez sólo desearía añadir que hablar de la desaparición de un paisaje no es ninguna frivolidad y que el desarrollo turístico, si quiere garantizar y revalorizar su continuidad, debe preservar necesariamente de la degradación la fisonomía de pueblos y paisajes, así como mantener y potenciar las actividades básicas con una extraordinaria proyeccción de futuro sobre toda la zona como es Oyambre.

     Sin embargo, viajero imaginario, ajeno a tan siniestros despropósitos,  te encuentras aún extasiado contemplando la oxigenante grandeza de estos árboles y el ímpetu que nos traen de otro tiempo, la altivez y fortaleza de su porte y en definitiva su singularísima disposición y belleza. Reanudas tu marcha sin sospechar siquiera que la prisa y el progreso derribarán en breve el vigoroso esplendor de su estatura.

Publicado en el diario "Alerta" el 15 de agosto de 1998

SOLATORRE, HOY



     Solatorre, hoy, convertido en un hermosísimo paseo arbolado monumental y peatonal para disfrute de todos los ciudadanos.

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